Cada 7 de junio se celebra el Día Mundial de Concienciación del Síndrome de Tourette, para sensibilizar a la población acerca de este trastorno neurológico que afecta al cerebro.
Se define por la presencia de tics motores y fonatorios; aparece generalmente entre los siete y ocho años y tiende a estabilizarse en la adultez:
- Parpadeo repetitivo.
- Encogerse de hombros.
- Tics vocales: tararear, tartamudear, gritar frases o palabras, aclararse la garganta.
- Comportamiento compulsivo.
- Falta de autocontrol.
- Hiperactividad.
- Repetición compulsiva e incoherente de palabras obscenas.
- Espasmos musculares o movimientos involuntarios.
Los síntomas evolucionan con periodos de relativa agravación y remisión, observando cierta mejoría al finalizar la etapa de adolescencia. Sin embargo, en un tercio de los pacientes los síntomas pueden persistir hasta la edad adulta.
En el diagnóstico del Síndrome de Tourette el origen de los tics no debe ser producto del consumo de medicamentos y sustancias estupefacientes, enfermedades y otras afecciones tales como convulsiones, encefalitis posviral o enfermedad de Huntington.
Las personas que padecen este síndrome pueden llevar una vida productiva, siendo fundamental el apoyo y tolerancia por parte de las personas que conforman su entorno familiar, laboral y social.
Afecta entre tres y cuatro veces más a los niños que a las niñas y es hereditario, aunque sus padres no tienen por qué tener este síndrome, sino que puede estar asociado a otros cuadros, por ejemplo, la ansiedad, el déficit de atención o a trastornos obsesivos compulsivos.
La creación de esta efeméride es en honor a la Dra. Mary Robertson, quien ha dedicado su trayectoria profesional a la investigación y tratamiento de pacientes que padecen el Síndrome de Tourette. La selección de la fecha de este día mundial coincide con el día de su nacimiento, el 7 de junio.
Fuente: diainternacionalde
Cómo es vivir con síndrome de Tourette: la incertidumbre, el diagnóstico y la desinformación
A los ocho años, Valentino ya había pasado por un sinfín de diagnósticos y especialistas, luego de que sus padres notaran que no paraba de mover su cuerpo de una forma que parecía que continuamente se estaba estirando. “Me siento mal si no lo hago”, les decía. Esto motivó una primera consulta con un pediatra de Nueva Palmira, donde vive con su familia. “¿Puede ser por el crecimiento?”, le preguntó su madre, Fabiana, al médico, quien le respondió que sí, que seguramente fuera eso. Pero ella no se quedó tranquila y le solicitó si podía indicarle al niño estudios de sangre. “Salieron todos perfectos” recordó, en diálogo con la diaria.